Los inicios de la Orden del Temple
Según Guillermo de Tiro (c.1127-1190) y Jacobo de Vitry (†1240)
Ricardo da COSTA
Trabalho apresentado na mesa-redonda “Relações de Poder e Movimentos Sociais”
(Simpósio 3 - Relações de Poder e Movimentos Sociais)
do V Encontro da ANPUH-ES, 14 de dezembro de 2004, UFES.
Este artigo integra o Projeto interinstitucional de pesquisa pós-doutoral
“Ramon Llull y la Orden del Temple (Siglos XIII-XIV)”,
encomendado pelo Rotary Club Barcelona-Europa
e coordenado pelo Prof. Dr. Josep Serrano i Daura,
da Universitat Internacional de Catalunya
Durante la segunda mitad del siglo XIII, los templarios fueron una de las más importantes organizaciones europeas, y al mismo tiempo, también “internacional”. Creada en 1119, la Orden del Temple ganó con los años prestigio y fuerza, gracias a las abundantes donaciones de los nobles y de las casas reales europeas.1 Resumiremos aquí muy sucintamente el inicio de la historia del Temple, subrayando algunas de las percepciones que los contemporáneos tuvieron de esa orden militar.
Cuando terminó la primera cruzada en 1099, la mayor parte de los caballeros cristianos volvieron a Europa. Sin embargo, algunos bravos y piadosos caballeros permanecieron en Palestina. Preocupados por la falta de protección a la que los peregrinos estaban sujetos debido a los pillajes y saqueos que ocurrían principalmente a lo largo de los caminos, y sobre todo deseosos de proteger permanentemente el Santo Sepulcro de Cristo, estos caballeros, reunidos en torno de Hugo de Payns (de la Champagne) y Geoffroy de Saint-Omar, hicieron votos de pobreza, castidad y obediencia con los objetivos arriba citados.
Su noble y elevado propósito de vida fue prontamente comprendido por el rey de Jerusalén, Balduino II (1118-1131), quien les dio permiso para residir en el lugar en el que se suponía había estado el Templo de Salomón –la mezquita al-Aqsa– y así pasaron a llamarse caballeros del Templo de Salomón, o simplemente caballeros templarios.
Estos informes de los que disponemos hoy fueron redactados mucho tiempo después de los acontecimientos: cincuenta años más tarde. Eso convierte a las informaciones en el producto del registro escrito de una cierta tradición oral, hecho común a la mayor parte de los escritos medievales, y que debe ser tomado en cuenta cuando analizamos documentos de esa época.
Figura 1
Caballeros templarios en combate en Jerusalén (2 + 5, “...la septiforme gracia del Espíritu Santo y la plenitud de los flagelos de Dios” [Lv 26, 24 ]). Caballeros templarios saliendo impetuosamente de Jerusalén para defenderla (arriba, en el centro). Obsérvese a la derecha (arriba) del círculo de la ciudad de Jerusalén, el barrio de los templarios con el Templo de Salomón destacado y también la vestimenta del caballero que monta el caballo blanco (la figura que más se destaca en la escena), con su cota, su estribo plenamente extendido y la silla elevada para ofrecer más seguridad durante la carrera, una característica típica de la caballería medieval. Esta iluminación muestra el avance organizado de la caballería templaria, un rasgo típico de su forma de combate, muy distinto del común de la caballería medieval. En resumen, los templarios eran entendidos en la perspectiva jerosolimitana. En: Miniatures - North-western France (Monastery St. Bertin?), c. 1200 (Added text: c. 1290-1300).
Figura 2
Dos templarios montando el mismo caballo. Chronica Majora (c. 1215) Matthew Paris, MS 26, f. 220. En: BARBER, Malcom. The Trial of the Templars. London: The Folio Society, 2003, p. 31. Dos caballeros montando el mismo caballo, que simboliza la unión y la entrega: “...hay que retener el simbolismo del buen entedimiento, la harmonía y la disciplina que deben reinar en la orden. Algunos artículos de la regla aclaran este simbolismo, en particular el artículo Sobre las escudillas y los vasos: “En lo que respecta a la disposición de las escudillas, que los hermanos coman de dos en dos, a fin de que el uno se provea con lo de otro, para que aprecien la vida en la abstinencia y en el hecho de comer en común” (artículo 25). Eso no significa forzosamente que los templarios comiesen dos en la misma escudilla, como se ha repetido con demasiada frecuencia, aunque la práctica era frecuente en la Edad Media.” Citado en DEMURGER, Alain. Auge y caída de los Templarios (1118-1314). Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 1990, p. 70.
Nuestro principal informante acerca de estos sucesos es el gran historiador de la primera cruzada, Guillermo de Tiro, nacido hacia 1130 en Palestina. Ello escribió durante el reinado de Amalrico I (1163-174), y concluyó su obra antes de 1173.
Este texto –Historia Rerum in Partibus Transmarinis Gestarum– está basado en Alberto de Aix (†1110)2, Raymundo de Aguillers (capellán de Raymundo de Toulouse)3 y Fulcher de Chartres (1059-1127), capellán de Esteban de Blois4, además de los archivos del nuevo reino y de un esquema de la Crónica de los Reyes, hoy perdido.5 Por tanto, los primeros tiempos de los templarios son muy oscuros. Veamos que refiere Guillermo de Tiro:
En este mismo año [en 1118], ciertos hombres nobles, hombres de caballería de fila, hombres religiosos, devotos a Dios y temerosos, limitándose al servicio de Cristo en manos del señor Patriarca, prometieron vivir en perpetuidad como canónigos regulares, sin posesiones, bajo votos de castidad y obediencia. Sus primeros líderes fueron el venerable Hugo de Payns y Geoffrey de Saint-Omer.
Puesto que no tenían ninguna iglesia ni ningún domicilio fijo, el rey les dio por un tiempo un lugar como vivienda en el ala del sur del palacio, cerca del Templo del Señor. Los canónigos del Templo del Señor les dieron, con ciertas condiciones, un cuadrado cercano en el palacio que los canónigos poseían. Esto, los caballeros lo usaron como campo de entrenamiento. El señor rey y sus nobles hombres y también el señor Patriarca y los prelados de la iglesia les dieron los beneficios de sus dominios, algunos por un tiempo limitado y algunos en perpetuidad. Éstos debían proveer el alimento y la ropa de los caballeros.
Su deber primario, uno que fue impuesto sobre ellos por el señor Patriarca y los otros obispos para la remisión de pecados, era proteger los caminos y las rutas contra los ataques de ladrones y de brigadas. Esto para salvaguardar especialmente a los peregrinos.
Palabras muy simples y directas para describir los duros años iniciales de los caballeros templarios. Su existencia está marcada desde su inicio por el servicio, por la prestación de un trabajo superior y dignificante, o sea, está dotada con la principal característica propia de una sociedad de órdenes: la funcionalidad e interdependencia de las partes. La palabra que mejor define esta mentalidad medieval es concordia.6
En la mayor parte de las sociedades preindustriales la vestimenta era un rasgo distintivo muy importante que subrayaba la posición social, la importancia –o no– de una persona y principalmente su función dentro del cuerpo social. Así, el vestuario era, a primera vista, una señal, una marca, un símbolo que representaba la condición terrena, lo que impedía el pecado de la vanidad;7 según el beato Ramón Llull (1232-1316), una debilidad característica de los caballeros medievales (“aquellos que son caballeros de acuerdo con el mundo viven en las vanidades y en la gloria mundana; aquellos que son caballeros y miran para el otro siglo son caballeros que aman la verdad y menosprecian las vanidades de este mundo”).8
Por este motivo, Guillermo de Tiro subraya ese importante aspecto de esos años iniciales:
Nueve años después de su fundación, los caballeros usaron la ropa secular. Utilizaron la ropa tal como la gente, para la salvación de sus almas. En su noveno año se sostuvo en Francia, en Troyes, un consejo en el que el señor arzobispo de Reims y Sens y sus sufragáneos estaban presentes, así como el obispo de Albano, quien era el legado apostólico, y los abades de Cister, Claraval, Pontigny, con muchos otros. Este consejo, para el caudillaje del señor Papa Honorio y del señor Esteban, Patriarca de Jerusalén, estableció una regla para los caballeros y les asignó un hábito blanco.
Aunque ahora hacía nueve años que estaban establecidos los caballeros, todavía había sólo nueve de ellos. A partir de este tiempo en adelante su número comenzó a crecer y sus posesiones comenzaron a multiplicarse. Más adelante, en tiempo del papa Eugenio, se dice que tanto los caballeros como sus criados más humildes, llamados sargentos, comenzaron a poner las cruces hechas del paño rojo en sus capas, para distinguirse de otros.
A continuación, el cronista constata la gran expansión, apenas sesenta años después de su fundación:
[Los templarios] Han crecido tanto ahora que hay en esta orden hoy cerca de 300 caballeros que usan las capas blancas, además de los hermanos, quienes son casi incontables. Se dice que tienen posesiones inmensas aquí y en Ultramar, de modo que ahora no existe una provincia en el mundo cristiano que no haya concedido sobre los hermanos antedichos una porción de sus mercancías. Se dice hoy que su abundancia es igual a los tesoros de los reyes. Porque tienen jefaturas en el palacio real al lado del Templo del Señor. Como hemos dicho antes, se llaman Los Hermanos de la Milicia del Templo.
Aunque mantuvieron su establecimiento honorable durante mucho tiempo y satisficieron su vocación con suficiente prudencia; más adelante, debido a la negligencia de la humildad (que se conoce como el guardián de todas las virtudes y que, puesto que se sienta en el lugar más bajo, no puede detener la caída), desdeñaron al patriarca de Jerusalén, por quién su orden fue fundada y de quién recibieron sus primeros beneficios y a quién él negó la obediencia que sus precursores rindieron. También han quitado títulos y las primeras frutas de las iglesias de Dios, han subvertido sus posesiones, y se han hecho excesivamente molestos.9
Los otros caballeros fueron Andrés de Montbard, Archamband de Saint-Aignan, Payen de Montdidier, Godofredo de Bisol, Gondemaro, Rolando y Hugues de Rigaud. Estos fundadores prestaron juramento al patriarca de Jerusalén el 25 de diciembre del 1119, el mismo día de la coronación de Balduino II como rey de Jerusalén.10 La información continúa en el relato de Jacobo de Vitry (c. 1170-1240), historiador, obispo de Acre (1216-28) y predicador de gran reputación en la primera mitad del siglo XIII, y que constituye la segunda fuente importante para esos años iniciales de los templarios11:
Ciertos caballeros amados de Dios y ordenados para su servicio renunciaron al mundo y se consagraron a Cristo. Mediante votos solemnes, pronunciados ante el patriarca de Jerusalén, se comprometieron a defender a los peregrinos contra bandidos y ladrones, a proteger los caminos y a constituir la caballería del Rey soberano. Observaban la pobreza, la castidad y la obediencia, según la regla de los canónigos regulares. Sus jefes eran dos hombres venerables, Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer.
Al principio, no fueron más que nueve los que tomaron una decisión tan santa y, durante nueve años se vistieron con ropas seculares, que los fieles les daban como limosna. El rey, sus caballeros y el señor patriarca se llenaron de compasión por estos hombres nobles que lo habían abandonado todo por Cristo y les concedieron ciertas propiedades y beneficios para subvenir a sus necesidades y por el alma de los donadores. Y como no tenían iglesia ni lugar en que habitar que les perteneciesen, el rey les alojó en su palacio, cerca del Templo del Señor. El abad y los canónigos regulares del Templo les dieron un terreno no lejos del palacio para su servicio; y por esta razón se les llamó más tarde templarios.12
Parece claro tras la lectura de estos dos pasajes de Guillermo de Tiro y Jacobo de Vitry que la Orden nació de un “deseo de renuncia al mundo” de algunos caballeros, como subrayó el segundo cronista. Esto era verdaderamente una espiritualidad de cruzada13, pues unía el ideal del monje al del caballero. Coincidentemente, las aspiraciones espirituales de Hugo de Payns y de sus compañeros también respondían a los deseos militares de las nuevas autoridades cristianas del reino de Jerusalén.
Esa decisión de mantener armas fue inspirada por la creciente inseguridad de los latinos en Ultramar. Por ejemplo, en el mismo año de 1119, un grupo de setecientos peregrinos desarmados que viajaban de Jerusalén al río Jordán durante la Semana Santa fue emboscado y hecho esclavo por los sarracenos.14
Figura 3
Caballero templario en combate contra Nur ed-Din –detalle del fresco del muro norte de la antigua capilla de los templarios en Cressac Saint-Gilles (Charente), siglo XII. Obsérvese igualmente la silla elevada para servir de apoyo al avance del caballero y el estribo extendido, ofreciendo soporte para el uso de la lanza, una postura en su cabalgadura similar a los caballeros de la figura 1. De la misma manera, el caballero empuña una larga lanza con el estandarte templario en su punta, lo que mantenía la distancia de su oponente. En: BARBER, Malcom. The Trial of the Templars. London: The Folio Society, 2003, p. 30.
Sea como fuere, es necesario destacar e insistir en este punto: la creación de la milicia templaria tenía como uno de sus objetivos, además de la entrega de sus vidas a Dios (viviendo perpetuamente “…como canónigos regulares, sin posesiones, bajo votos de castidad y obediencia…”), “proteger los caminos y las rutas (hacia Jerusalén) contra los ataques de ladrones y de brigadas para salvaguardar especialmente a los peregrinos.”
Jerusalén es el leitmotiv, el sentido de la existencia de esos caballeros-monjes-peregrinos del Señor.15 Con estas propuestas de vida, naturalmente la pérdida de Tierra Santa en 1291 ocasionó una crisis existencial para las órdenes militares, como veremos; crisis que se solucionó de distintas formas.
Pero antes de pasar a otro punto, me gustaría subrayar un aspecto trascendental de esos dos pasajes respecto de la creación de los templarios, con relación al número nueve. Tanto para Guillermo de Tiro como para Jacobo de Vitry, fueron nueve los templarios durante nueve años.
Alain Demurger cree que los templarios eran mucho más numerosos, y que el viaje de Hugo de Payns hacia occidente en 1127 fue a causa de una crisis de crecimiento.16 Esta hipótesis es posible, e incluso bastante razonable, pero sigue una línea de interpretación que difiere de los mensajes de los dos clérigos.
Figura 4
Caballeros templarios en combate contra Nur ed-Din –detalle del fresco del muro norte de la antigua capilla de los templarios en Cressac Saint-Gilles (Charente), siglo XII. En: BARBER, Malcom. The Trial of the Templars. London: The Folio Society, 2003, p. 30.
Como sabemos, en la Edad Media el número ocupa un importante lugar no sólo en la simbología y la concepción del mundo, sino también en el sistema tradicional de las artes liberales que preparaban el alma para el conocimiento de Dios.17
La lectura de la Biblia incitaba constantemente a interrogarse sobre el significado simbólico y ontológico de los números: “Pero tú todo lo dispusiste con medida, número y peso”18: fue ésta una sentencia invocada incesantemente durante toda la Edad Media.
Así, cuando los autores citados indican y subrayan el número nueve para los primeros caballeros templarios –y curiosamente nueve también para sus años de espera– desean claramente indicar unarelación analógica trascendental.19 Nueve es tres al cuadrado (en la simbología medieval el tres era un número espiritual, pues era el número de la Santísima Trinidad); nueve también simbolizaba el propio cuadrado, imagen multiplicada de la Trinidad, y “más difusa porque más extensa”.20 Por fin, según el abad benedictino Rábano Mauro (c. 784-856)21, el nueve
...representa místicamente la Pasión del Señor, pues el propio Señor, en la hora nona, habiendo dado un fuerte clamor, expiró. También se lee que nueve son las categorías de los ángeles: ángeles, arcanos, tronos, dominaciones, virtudes, principados, potestades, querubines y serafines.22
Por tanto, hay un significado simbólico presente en esos textos que se encuentra más allá de la simple información cuantitativa o en los errores de los datos suministrados por los cronistas. Parece claro que aquellos clérigos de los siglos XII y XIII –y a pesar de su natural antipatía por las órdenes y su independencia frente a los poderes eclesiásticos– interpretaban el deseo de Hugo de Payns y sus compañeros como un mensaje divino: estos nueve caballeros serían como ángeles, y su misión estaría basada en la formación de una caballería divina, como aquélla de la que un poco más tarde hablará San Bernardo.
Es necesario que tengamos plena comprensión de esa renuncia caballeresca y espiritual, comprometida con la protección de los peregrinos, y de aquel abandono de las cosas materiales para consagrarse a la búsqueda de Dios. En caso contrario, nuestro entendimiento sobre la Orden y sobre el tema de los templarios en los textos lulianos resultará anacrónico y distorsionado.
I. El Concilio de Troyes (1128)
Después de esos nueve años alojados en el palacio del rey, Hugo de Payns embarcó rumbo a Occidente con cinco caballeros, y su viaje fue financiado por el rey Balduino II. Antes de llegar a Troyes, es posible que Hugo pasara por Roma para entrevistarse con el papa Honorio II, en su calidad de enviado del rey por un lado y para someter al pontífice los proyectos de su regla, por el otro.23
En Troyes, Hugo participó en el Concilio de los prelados de Champaña y Borgoña (1128). El Prólogo de la Regla del Temple expone la lista de los participantes.24 En verdad, la Regla del Temple, redactada en Oriente y corroborada en el Concilio de Troyes, es el documento más antiguo que tenemos que se refiere a los ideales –en especial, cotidianos25 y espirituales– que fueron la guía de conducta del Temple durante su existencia y que forjaron la imagen de los caballeros ante el Occidente.
La primera redacción del texto fue seguida de otra, de Etienne de Chartres, patriarca de Jerusalén (1128-1130). Aparte de esta Norma latina (1128) existen también la Norma francesa (c. 1140), losHábitos o costumbres (c. 1165), los Estatutos conventuales, que determinan las ceremonias (c. 1230-1240), y los Privilegios, un compilado de jurisprudencia, con las faltas y los castigos (1257-1267) –laNorma también fue redactada en catalán (después de 1267).26
Trataremos sólo algunos puntos fundamentales relativos a su concepción de la vida, más específicamente lo que señalan la Norma y el texto de San Bernardo, ya que ambos son los principales documentos del siglo XII que tratan de los templarios.
El viaje de Hugo de Payns a Europa fue un verdadero éxito ya que consiguió enormes sumas para la Orden.27 Por ejemplo, la Crónica Anglo-sajónica nos informa que:
En este mismo año [1128] vino de Jerusalén Hugo del Temple hasta el rey en Normandia; y el rey lo recibió con mucho honor, le dio presentes ricos en oro y en plata, y lo envió luego a Inglaterra; y todos los buenos hombres allí lo recibieron y todos le dieron presentes, incluso los de Escocia: y por él enviaron a Jerusalén mucha abundancia en oro y en plata.
Y él invitó a gente para que fuera a Jerusalén; y fueron con él y después de ello fue más gente que antes, desde la primera expedición en el día del Papa Urbano, aunque sirvió poco para él, pues una guerra poderosa fue comenzada entre los cristianos y los paganos...28
Pero lo más importante fue la aprobación de la Orden por la Iglesia, pues en la Edad Media, el sentido de la palabra orden sobrepasaba el de una simple organización ya que incluía la noción de una función publica apoyada por las estructuras del universo: “orden es lo que podemos percibir en el espectáculo de los planetas, donde cada elemento ocupa su lugar y su disposición sin ser un impedimento para el otro”. En este mundo, en la militia cristiana –como afirma en esta sentencia Pedro Lombardo (ca. 1090-1160) – orden es una señal, algo sagrado (Sentencias IV, 24, 13).29
Por tanto, el Concilio de Troyes fue fundamental para la afirmación y el desarrollo de los templarios pues el apoyo papal posibilitó su inserción en la estructura social –y cosmológica– de la época. A partir de entonces, los templarios formaban parte de la sociedad cristiana ultramarina, y del propio significado de su existencia.
II. El cristianismo ante la guerra
Pero cabe subrayar que esta aprobación estuvo rodeada de incertidumbres puesto que muchos cristianos tenían dudas acerca de la moralidad de la guerra. El cristianismo no es de suyo favorable a la guerra. Pero muy pronto se produjo un viraje en la doctrina, lento pero regular. Ya San Agustín (354-430) fue el primero en declarar lícita la guerra contra el agresor injusto, admitiendo la interferencia de Dios en la duración y en el desenlace de las guerras, pues éstos eran un instrumento divino: “También la duración de las guerras, (que unas terminen más pronto y otras más tarde), está en Su arbitrio, en Su justo juicio y en Su misericordia, según se propone castigar o consolar al género humano.”30
Más tarde, Isidoro de Sevilla (c. 560-636), citando a Cicerón, añadió más precisión a la definición agustiniana cuando afirmó que la guerra era injusta a menos que fuese para legítima venganza o para rechazar a los enemigos (Etim., XVIII, Cáp. 1, par. 3).31
Pero el creciente y regular cambio de actitud frente a la cuestión de la guerra tuvo en Anselmo de Lucca, el Joven (c. 1036-1086, sobrino del papa Alejandro II) un eslabón decisivo. Al defender al papa en la querella de las investiduras32 contra el antipapa Gilberto y favorecer la reforma (cuando la Iglesia tornó ilegal el casamiento clerical)33, Anselmo atribuyó a la Iglesia la capacidad de decisión sobre el empleo de la fuerza, sin mediación de ningún poder laico.34 Asimismo, por la misma época, el cardenal Humberto de Silva Cándida defendió el uso de la espada contra los herejes, pero Pedro Damián (1007-1072) sostenía ideas contrarias.35
En su Summa Theologica, Santo Tomás de Aquino (1225-1274), también abordó la cuestión de la guerra, desarrollando el concepto de guerra justa en cuatro artículos (cuestión XL): 1) Si alguna guerra es justa, 2) Si a los clérigos les es lícito guerrear, 3) Si los que guerrean pueden recurrir a la insidia y 4) Si es lícito guerrear en los días festivos. Santo Tomás enfatizó las condiciones necesarias para la guerra justa.36 Con su análisis de base teológica para la guerra justa, Santo Tomás de Aquino tuvo gran influencia en el pensamiento occidental sobre el tema.37
Con todo, el hecho es que la expresión militia christi lentamente dejó de significar el combate espiritual y ascético para convertirse en sinónimo de Iglesia militante; las cruzadas serían así el último eslabón de este proceso.38 Pero no seamos tan apresurados: para muchos, la idea de cruzada como una acción militar seguía existiendo junto con la idea de misión, al igual que en la época del fin de las cruzadas.
Notas
- 1. La bibliografía sobre el Temple es incalculable. Recorreremos apenas los textos más conocidos y prestigiosos. Para una consulta más actualizada y profunda sobre el tema de los templarios y de las cruzadas, basta recorrer el Bulletin of Society for the Study of the Crusades and the Latin East.
- 2. Ver KREY, August. C. The First Crusade: The Accounts of Eyewitnesses and Participants. Princeton: 1921, p. 53-54, y Internet Medieval Sourcebook
- 3. RAIMUNDUS DE AGILES (Raymond D'Aguilers). Historia Francorum qui ceperunt Iherusalem [by] Raymond D'Aguilers, trans. John Hugh Hill and Laurita L. Hill. (Philadelphia: American Philosophical Society, 1968).
- 4. Para Fulcher de Chartres, ver MCGINTY, Martha E. Fulcher of Chartres: Chronicle of the First Crusade, (London: Oxford University Press; Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1941), RYAN, Frances R. and FINK, H. S.Fulcher of Chartres: A History of the Expedition to Jerusalem, 1095-1127, (Knoxville: University of Tennessee Press, 1969), y especialmente PETERS, Edward M (edit.). The First Crusade: The Chronicle of Fulcher of Chartres and Other Source Materials. (Sources of Medieval History), University of Pennsylvania Press, 1998. Extratos del texto de Fulcher de Chartres tambien están en Internet Medieval Sourcebook
- 5. RUNCIMAN, Steven. História das Cruzadas. Volume II. Lisboa: Livros Horizonte, 1993, p. 382.
- 6. DUBY, Georges. As três ordens ou o imaginário do feudalismo. Lisboa: Editorial Estampa, 1982, p. 89-92.
- 7. LE GOFF, Jacques. A civilização do ocidente medieval II. Lisboa: Editorial Estampa, 1984, p. 123-125.
- 8. RAMÓN LLULL. Libro de la contemplación, CXII, 4.
- 9. WILLIAM OF TYRE. Historia rerum in partibus transmarinis gestarum, XII, 7, Patrologia Latina 201, 526-27, Translated by James Brundage, The Crusades: A Documentary History (Milwaukee, WI: Marquette University Press, 1962), 70-73. Medieval Sourcebook: William of Tyre: The Foundation of the Order of Knights Templar.
- 10. SERRANO I DAURA, Josep. L’Orde del Temple. Texto gentilmente cedido por el autor.
- 11. BERLIOZ (J.). “Jacques de Vitry”. En: Dictionnaire du Moyen Âge (dir. de Claude Gauvard, Alain de Libera y Michel Zink). París, 2002, p. 737; FORNI (A.), “Giacomo de Vitry, predicatore e sociologo”. En: La cultura, t. 18, 1980, p. 34-89.
- 12. JACOBO DE VITRY, Historia Hierosolymitana, citado por DEMURGER, Alain. Auge y caída de los templarios (1118-1314). Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 1990, p. 20.
- 13. VAUCHEZ, André. A Espiritualidade na Idade Média Ocidental (séculos VIII a XIII). Rio de Janeiro: Jorge Zahar Editor, p. 140.
- 14. READ, Piers Paul. Os Templários. Rio de Janeiro: Imago Editora, 2001, p. 102.
- 15. “El tema del liberación de Jerusalén y de los santos lugares estuvo en el meollo de la idea de Cruzada desarrollada por Urbano II y de la noción de guerra santa fijada por sus predecesores (...) Operación militar de reconquista, la Cruzada también es, por su propio destino –Jerusalén– una peregrinación. Esta dimensión se une con la de guerra santa, que la refuerza y no la oculta.” – FLORY, Jean. “Jerusalén y las Cruzadas”. En: LE GOFF, Jacques & SCHMITT, Jean-Claude. Dicionário Temátido do Ocidente Medieval II. Bauru, SP: EDUSC; São Paulo: Imprensa Oficial do Estado, 2002, p. 22.
- 16. DEMURGER, Alain. Auge y caída de los Templarios (1118-1314), op. cit., p. 38.
- 17. BEAUJOUAN, Guy. “Números”. En: LE GOFF, Jacques & SCHMITT, Jean-Claude. Dicionário Temátido do Ocidente Medieval II, op. cit., p. 293-303.
- 18. Sabiduría, 11, 23.
- 19. En términos generales, significa la correlación entre los términos de dos o más sistemas y órdenes, es decir, la existencia de una relación entre cada uno de los términos de un sistema y cada uno de los términos del otro. La analogía es también una semejanza de una cosa con otra, la expresión de una correspondencia, semejanza o correlación. Los escolásticos medievales han distinguido un modo de hablar unívoco, uno equívoco y uno análogo, y análogo cuando significaba una forma o propiedad intrínseca en uno de los términos. Ver FERRATER MORA, José. Dicionário de Filosofia. Lisboa: Publicações Dom Quixote, 1982, p. 30-31.
- 20. PRING-MILL, Robert D. F. Estudis sobre Ramon Llull. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1991, p. 79.
- 21. Estudiante y teólogo alemán. Su nombre también aparece como Hrabanus y Rhabanus. Tuvo como profesor a Alcuíno de York. Su celo como abad de la escuela y de la biblioteca de Fulda (822-842) convirtió al monasterio en un gran centro intelectual de su tiempo. Rábano se retiró de Fulda y fue electo obispo de Mainz. Sus principales trabajos son la obra De universo y el De institutione, un texto para formación de clérigos. Rábano Mauro es un personaje preeminente del llamado Renacimiento carolingio. Ver Hrabanus Maurus. “De Universo.” En: Patrologia Latina, vol. 111; HEYSE, Elisabeth. Hrabanus Maurus' Enzyklopädie De rerum naturis: Untersuchungen zu den Quellen und zur Methode der Kompilation. Münchener Beiträge zur Mediävistik und Renaissance - Forschung, no. 4. Munich, 1969; SCHIPPER, W. “Rabanus Maurus `De Rerum Natura': A Provisional Checklist of Manuscripts”. En: Manuscripta 33(1989), p. 109-18.
- 22. LAUAND, Jean. “Rábano Mauro e o Significado Místico dos Números”. En: VIDETUR 23.
- 23. DEMURGER, Alain. Auge y caída de los Templarios (1118-1314), op. cit., p. 39.
- 24. “Asistieron a la celebración de este Concilio: Matheo obispo alvanense, cardenal y legado apostólico Reinaldo, arzobispo remense, Enrique, arzobispo senonense y sus sufragáneos, Rankedo, obispo carnotense, Gosleno de Soisons, el de París, Trecense Orleans, de Auxerre, Meldense, Cathalaunense, Laudunense, Belvacense y el abad beceliacense que después fue legado apostólico y arzobispo de León, el abad Císterciense pontiniacense el de Tres Fuentes, el de San Dionisio de Rheims, el abad de San Esteban de Dijón, el abad Molismense, Alberico Remense y Fulgerio maestro y otros muchos. De seglares, el conde Theobaldo, el Conde Nivernense y Andrés de Bandinento. Asistieron también el maestro Hugo, con Fr. Godofrido, Fr. Rotallo, Fr. Gaufrido Bisól, Fr. Pagano de Monte-Desiderio y Archembaudo de Santo Amano, caballeros templarios.” Regla del Temple. Prólogo.
- 25. Para la vida cotidiana de los templarios, ver BORDONOVE G. La vie quotidienne des Templiers au XIIIe siècle. Librairie Hachette, 1988.
- 26. PERNOUD, Régine. Os templários. Lisboa: Publicações Europa-América, s/d, p. 16.
- 27. Hugo de Payns estuvo en Inglaterra, Escocia, Francia y Flandes.
- 28. The Anglo-Saxon Chronicle. Part 7: A.D. 1102-1154. Online Medieval and Classical Library Release
- 29. IOGNA-PRAT, Dominique. “Ordem”. En: LE GOFF, Jacques & SCHMITT, Jean-Claude. Dicionário Temático do Ocidente Medieval II, op. cit., p. 305.
- 30. AGOSTINHO. A Cidade de Deus. Lisboa: Fundação Calouste Gulbenkian, 1991, vol. I, Livro V, Cap. XXII, p. 537-538.
- 31. “Nam extra ulciscendi aut propulsandorum hostium causa bellum geri iustum, nullum potest”.
- 32. Ver “Conflict of Investitures”. En: The Catholic Enciclopedia
- 33. Ver DUFFY, Eamon. Santos & Pecadores. História dos papas. São Paulo: Cosac & Naif, 1998, p. 92-94; GARCIA VILLOSLADA, Ricardo. Historia de la Iglesia Católica II. Edad Media (800-1303). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), 2003, p. 145-149.
- 34. Citado en DEMURGER, Alain. Auge y caída de los Templarios (1118-1314), op. cit., p. 29.
- 35. GARCIA VILLOSLADA, Ricardo. Historia de la Iglesia Católica II. Edad Media (800-1303), p. 360.
- 36. TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. Porto Alegre: Escola Superior de Teologia São Lourenço de Brindes, Livraria Sulina Editora, Caxias do Sul, Universidade de Caxias do Sul, 1980, volume V, p. 2361-2362, questão XL.
- 37. GILSON, Etienne. A Filosofia na Idade Média. São Paulo: Martins Fontes, 1995, p. 652-672.
- 38. GARCIA VILLOSLADA, Ricardo. Historia de la Iglesia Católica II. Edad Media (800-1303), p. 361.